Sirvió a Felipe III en los empleos de virrey y capitán general de los reinos de Sicilia (1610-1616) y de Nápoles (1616-1620), reorganziando su marina y combatiendo con éxito a turcos y venecianos. Se le atribuye la organización de la Conjuración de Venecia, uno de los episodios más oscuros del siglo XVII.
Este Grande de España prefirió los campos de batalla y la aventura. Luchó en Flandes como soldado e intentó modernizar la Armada española, luchando contra turcos y berberiscos en el Mediterráneo. Pero no pudo vencer la corrupción de la Corte.
De la Asia fue terror, de Europa espanto,
y de la África rayo fulminante;
los golfos y los puertos de Levante
con sangre calentó, creció con llanto.
Su nombre solo fue victoria en cuanto
reina la luna en el mayor turbante;
pacificó motines en Brabante:
que su grandeza sola pudo tanto.
Divorcio fue del mar y de Venecia,
su desposorio dirimiendo el peso
de naves, que temblaron Chipre y Grecia.
¡Y a tanto vencedor venció un proceso!
De su desdicha su valor se precia:
¡murió en prisión, y muerto estuvo preso!
Entre las acciones más destacadas que ordenó el ataque preventivo contra la flota que los berberiscos estaban preparando para atacar a la Flota de Indias procedente de América. Osuna “envió sus galeras al puerto tunecino e incendió en plena noche los barcos que los corsarios norteafricanos tenían listos para el atque, y luego repitió la hazaña en La Goleta”
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