martes, 14 de septiembre de 2010

Quemar las naves y la otra invencible


El rey de Begaya, cuando fue destronado por los españoles, pidió ayuda a Aruch Barbarroja. El pirata, que era natural de Mitilene y educado en la religión católica, había adjurado hacía tiempo de la fe y vagabundeaba por el Mediterráneo asaltando a las naves cristianas. Cuando el rey de Begaya le pidió auxilio, Barbarroja no tardo en acudir y en la batalla que siguió con los españoles, de la que tuvo que batirse en retirada, perdió un brazo. El odio hacia los cristianos y la pérdida de la mano y la contienda acrecentaron su venganza y volvió a Begaya en 1514 a buscar la victoria que antes se le había denegado. Llegaron a la costa, desembarcaron y, para que sus hombres no pudieran retroceder ni batirse en retirada, quemó las naves. Esperaba una lucha encarnizada y la tuvo. Pero volvió a quedar derrotado, perdiendo esta vez en el combate a su hermano Isaac.

La Armada Invencible de Felipe II, que fue a conquistar Inglaterra en 1588, sucumbió no a las dotes de estrategia del pirata Francisco Draco, sino al furor de los vientos y a la fuerte marejada. Este contratiempo, sin embargo, no fue aislado en la historia naval española. Otro suceso que se puede equiparar, aunque de consecuencias menos trágicas, se produjo en el intento de conquistar Argel por Hugo de Moncada. Las escuadras de la flota española que dirigía fondearon frente a la costa cuando una gran tormenta arribó sobre ellas y 23 galeones se fueron a pique. El asalto resultó ser un completo fracaso.

Hugo de Moncada se vió obligado a retirarse a Ibiza con los restos de lo que quedó de su expedición, dejando en las playas de Argel todo el material de sitio que no pudo transportar.

Al año siguiente, 1519, don Hugo de Moncada fue derrotado de nuevo, esta vez en el mar por naves corsarias. Pero en 1520 logró desembarcar en la isla de Yerba y obtuvo la total sumisión del señor de la isla

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