viernes, 19 de diciembre de 2008
Cristianismo en Japón
El misionero jesuita Francisco Javier llegó a Kagoshima en agosto de 1549. Las actividades de los misioneros jesuitas estuvieron centradas en Kyushu, la parte más al sur de las cuatro islas principales de Japón; hacia 1579, seis daimyo (señores militares regionales) se convirtieron al cristianismo y el número de cristianos en el país llegó a alrededor de 100.000. Los esfuerzos de los jesuitas fueron vistos con benevolencia por el líder militar Oda Nobunaga, y también por el señor Toyotomi Hideyoshi, al menos en un principio. Sin embargo, quizá como reacción a su creciente influencia en Kyushu, Hideyoshi se revolvió después contra los cristianos e hizo que crucificaran a 26 en Nagasaki, en 1597. Asimismo, una vez que se convirtió en el regidor de facto de Japón, en 1600, Tokugawa Ieyasu toleró la actividad misionera, pero en 1614, el gobierno Tokugawa proscribió el cristianismo y expulsó del país a los misioneros. En ese momento había más de 300.000 japoneses cristianos. Se estima que alrededor de 3.000 fueron ejecutados y un gran número renunció a su fe como resultado de la persecución. Muchos otros disfrazaron sus creencias y continuaron practicando el cristianismo en la clandestinidad.
Después de que Japón abandonara su política de aislamiento, los misioneros extranjeros regresaron en 1859 al país, aunque hasta 1873 no pudieron realizar sus actividades de evangelización abiertamente. Durante este periodo, volvieron a mostrarse los más de 30.000 cristianos "escondidos", que pertenecían a aquellos grupos que habían mantenido su culto en la clandestinidad durante los más de 200 años de persecución
Tanto los misioneros católicos como los protestantes se mantuvieron activos durante este tiempo y, aunque el número de conversos era relativamente pequeño, los cristianos fueron muy influyentes en la educación y en el movimiento del sindicato de comercio
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1 comentario:
Como anécdota al hilo de todo esto, un profesor japonés que tuve hace unos años comentaba que los primeros jesuitas que llegaron a Japón llegaron coincidiendo con el esplendor del Imperio español, y que invitaron a Oda Nobunaga a subir a sus embarcaciones como símbolo de buena fe. Es entonces, dentro del navío, cuando algo llama poderosamente la atención de Nobunaga: un mapa del vasto Imperio. Sorprendido, sólo acertó a preguntar que cómo era posible mantener cohesionados territorios tan dispares y lejanos. Le explicaron que una razón de peso era la religión: el cristianismo, que habían ido introduciendo, era el lazo de unión común a todos esos pueblos.
Por eso se mostraron muy desconfiados al observar un número creciente de conversiones entre los japoneses, temían perder el control.
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